Lo que 6,5 años en España me enseñaron sobre creatividad y coraje
- Julia Jakovleva
- 28 may
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 may
¿Seguirías adelante si el camino que tienes por delante se sintiera incierto?
Así empezó mi viaje a España.
No con un plan, sino con...
Una maleta llena de coraje y un salto de fe.
Seguí la llamada de mi corazón.
Más precisamente, un venezolano quien conocí en Islandia en 2017.
Cuando llegué a España por primera vez ese septiembre, aún conservaba el prejuicio de los turistas españoles que había conocido en Estonia.
Pero decidí mantener la curiosidad. Ver por mí misma.
Al principio, era una larga distancia.
Estuve en España un mes, luego tres, luego cinco.
Al final, no tenía sentido tener un apartamento de alquiler en Estonia mientras pasaba la mayor parte del tiempo en España.
Y si iba a pasar allí más de 183 días al año, necesitaba obtener la residencia fiscal.
Así que di el salto.
Dejé atrás a mi familia, a mis amigos, mi ordenadora, la silla de mi oficina, mis plantas, mi colección de CD, mis cafeterías favoritas y el Festival de Cine Black Nights.
Empecé de cero.
No hablaba el idioma. No tenía amigos aquí.
Mi pareja y yo empezamos a explorar: al principio, excursiones de un día cerca de Madrid.
Luego aventurarse más lejos.
Durante esa época, estudiaba a distancia en el Instituto de Fotografía de Nueva York.
Llevaba mi cámara por todo lado. Practicaba en el camino.

Y practiqué en casa tambien.

Ese curso tenía fecha de caducidad: abril de 2019. Me quedaban tres tareas por hacer, dudando de todas las fotos que había tomado.
Me dije a mí misma que ninguna era adecuada ni lo suficientemente buena.
Una semana antes de la fecha límite, las entregué de todos modos.
Ese acto —imperfecto pero completo— fue uno de mis momentos de mayor orgullo.
No me importaba el diploma. No lo hacía para presumir.
Solo quería terminar algo que había empezado. Para mí.
Lugares a los que me llevó la curiosidad
Lo que me impulsó a seguir adelante no fue la certeza, sino la curiosidad.
Me llevó a pueblos españoles, donde encontré mi brújula creativa.
No en ostentosos centros turísticos, sino en tranquilas plazas y calles adoquinadas.
Lugares donde podía sentir cómo el tiempo se ralentizaba.
Donde las historias vivían en viejos muros, manos arrugadas y encuentros rurales.

Vi bondad en los pequeños gestos. Vi belleza en la simplicidad.
Vi cómo la naturaleza se integraba en la vida cotidiana.
Me ayudó a superar el confinamiento por la COVID-19 en 2020, uno de los momentos más difíciles.
Mi alma anhelaba el aire libre, pero estaba fuera de mi alcance.
Tenía una opción: lamentar lo que no podía tener o adaptarme al extraño momento que se avecinaba.
Al principio estaba de duelo, pero finalmente decidí adaptarme.
Me picó la curiosidad por saber qué tipo de persona saldría de aquello.
Así que recurrí a la fotografía gastronómica. A hacer retratos en casa. A realizar pequeños experimentos extraños.
Y en ese proceso, algo cambió en mi relación con la creatividad: menos de perseguir, más una conexión con lo que ya me rodeaba.
La curiosidad también me llevó a mis primeros contactos españoles.
A mi primer taller local de fotografía, para ser preciso.
A hacer una ruta en los Picos de Europa y fotografiar las estrellas con otros apasionados.
No hablaba español con mucha fluidez, pero hablaba lo suficiente como para conectar. En aquellos días, ya no me sentía como una extraña.
También me hizo superar mi corazón roto en 2023.
Pensé que necesitaba concentrar toda mi energía en reparar lo que estaba roto.
Así que casi dejé la fotografía de lado.
Pero un viaje a Asturias —y una caminata por la Ruta del Cares— me recordó algo que había olvidado: la creatividad no es un lujo. Es un salvavidas.
Y la primera relación que necesitaba reparar era la que tenía conmigo misma.

También me ayudó a superar una lesión en 2024.
No podía moverme como antes. No podía grabar como quería.
Pero me pregunté qué podía hacer con lo que tenía.
Y una vez más me pregunté qué tipo de persona saldría de aquello.
La creatividad no desapareció. Simplemente se desvió.
La canalicé hacia copywriting. Hablando a la cámara. Aprendí videografía.
La expresión siempre encuentra una manera de entrar, si estás dispuesto a dejarla entrar.
Al final aprendí
Al principio, dudaba de todo. Esperaba la inspiración. Procrastinaba mucho.
Me obsesionaba con la perfección. Copiaba lo que hacían los demás. Comparaba constantemente.
Pero cuanto más me desafiaba la vida, más confiaba en mi propio camino.

Dejé de esperar a una musa y empecé a moverme. Aprendí que la acción conduce a la motivación, no al revés.
Dejé de ocultar el trabajo imperfecto. Dejé de necesitar estar "lista". Empecé a crear de todos modos.
Al principio, no hablaba el idioma, no conocía a nadie ni tenía amigos.
Pero mi deseo de salir de mi zona de confort y aprender me llevó a conocer gente.
En talleres, eventos, encuentros casuales o redes sociales, vi que todos compartíamos dificultades comunes.
Algunas conexiones se desvanecieron. Otras aún persisten.
Pero cada una de ellas me ayudó a forjar la persona en la que me estaba convirtiendo.
Si pudiera decirle una cosa a mi yo más joven
Puede que te encuentres ante la incertidumbre. Yo también.
El miedo es natural. Pero no tiene por qué ser tu guía.
Deja que la curiosidad te guíe. Deja que el amor y la pasión sean tu motor.
Da el salto, aunque no estés seguro de dónde aterriza.
No cambiaría el camino. Pero si pudiera decirte algo, sería esto:
No necesitas certeza para hacer algo. Solo necesitas hacerlo.
Porque la verdadera sabiduría se desarrolla en movimiento. Y si no hubieras dado ese salto hace 6,5 años, ¿dónde estarías hoy?

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